Como todo colegio que se precie, tiene que
tener un “cuarto de ratones”, todo
cuento tiene que comenzar con la “Mágica” frase de: “Érase una vez…”
Érase una vez…
Érase una vez, en un pueblecito pesquero
cerca de Osaka, en Japón.
Cierta mañana, un joven pescador del
lugar llamado Tamura, preparaba su pequeña barca, para ir a recoger las redes
que pusiera el día anterior.
Había amanecido un día soleado, y el pequeño
pueblecito comenzaba su trajín de cada día. Allí estaba Fuji, el barbero del
pueblo, cortándole el pelo a un anciano; y Momo, el lechero, vendiendo la leche
de sus cabras.
Cuando Tamura hubo terminado de preparar
los aparejos de pescar, empujó su barca y suavemente se hizo a la mar. Al cabo
de un buen trecho, llegó al lugar donde tenía las redes y, sin perder un
minuto, comenzó a recogerlas.
Tamura, estaba contento por la cantidad
de peces que había capturado, pero al poco, las redes se volvieron muy pesadas.
-¿Será un gran pez? –Dijo el pescador-.
Después, siguió tirando con gran esfuerzo y, al cabo de unos interminables
minutos, subió a la barca lo que tanto esfuerzo le había costado.
-Una tortuga…bueno, la carne de tortuga
es muy apreciada por la habitantes de Osaka…allí la venderé.
-Pescador, libérame –Tamura, al oír las
palabras miró en todas direcciones; luego, asaltado por un presentimiento miró
a la tortuga.
-Soy yo la que he hablado, la tortuga
que has capturado.
-¿Una tortuga que habla? –respondió el
sorprendido Tamura.
-Soy una persona –dijo la tortuga-, y mi
aspecto se debe a un hechizo. Déjame libre y algún día te recompensaré.
-Todo esto es muy extraño –contestó el
pescador.
-Desde hace mucho tiempo me encuentro
vagando por el mar-volvió a decir la tortuga-. El día que haga una buena obra,
el hechizo desaparecerá y volveré a ser un ser humano…Además, tienes la barca
llena de peces, qué importa una tortuga.
Tamura, meditó unos segundos y dijo:
-De acuerdo, te dejaré libre…además, eres
muy pesada para mi pequeña barca.
Después de que la tortuga fuese
liberada, ésta se perdió en las profundidades del mar.
De vuelta al pueblo, y después de
descargada la barca, Tamura contó lo sucedido con la tortuga.
-Siempre con tus historias –dijo Fuji, el
barbero.
-Además…las tortugas no hablan –rió Momo,
el lechero.
Viendo que nadie le creía, Tamura no
volvió a hablar más del asunto.
Pasaron muchos meses desde el encuentro
de Tamura con la tortuga y, una tarde que volvía con la barca, encontró a una
muchacha sentada a la puerta de su cabaña.
-¿Quién eres? –preguntó Tamura.
-Me llamo Kioto –respondió la muchacha-,
y traigo un regalo para ti.
-¿Para mi? No tengo familia, y todos mis amigos viven en este pueblo…no
creo que ninguno de mis clientes de Osaka sean tan generosos.

-¿Tienes familia? –preguntó el pescador.
-No, soy huérfana…toda mi familia pereció
en un naufragio.
-Bueno, al menos tenemos algo en común
–dijo Tamura-. Con las monedas, me compraré una barca más grande…le diré a
Sakini que sea mi ayudante. Además, me construiré una casa en lo alto de la
colina…así podré ver la puesta de Sol mientras tomo el té.
-Es una gran idea-contestó la chica-.
Bueno, me tengo que marchar; quiero llegar a Osaka antes del anochecer.
-Espera- dijo Tamura-. Yo…lo que quiero
decir es que si no hubieses venido no tendría las monedas…bueno… ¿aceptas ser
mi esposa?
Kioto, miró al mar; el Sol comenzaba a
ponerse y miles de destellos multicolores se reflejaban en el agua.
-Acepto-contestó la chica.
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